La Trinidad – Estudio 3.3 – Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre

Objetivo: Avanzar en la comprensión de la gloria de la doble naturaleza -divina y humana- de la persona de nuestro Señor Jesucristo.

I. Su divinidad antes de la encarnación

“En el principio era el Verbo…” (Juan 1:1). Lo primero que leemos en la Biblia es la expresión: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Claramente, aquellas palabras se refieren al principio de la creación del universo material. El “principio” mencionado por Juan es anterior al de Génesis 1. En Génesis, el principio se relaciona con “tiempo”; en Juan, relacionamos principio con “eternidad”, antes del tiempo. “En el principio era el Verbo…”. Él existía eternamente, no necesitando la creación para venir a ser; simplemente “era”.

Esto nos lleva de inmediato a su propia declaración en Apocalipsis 1:8: “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso”. Continúa Juan 1:1: “Y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. Proverbios 8:22-31 es un pasaje clásico referente a la divinidad del Hijo, confirmando su relación eterna con el Padre: “Jehová me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras… con él estaba yo ordenándolo todo, y era su delicia de día en día”. Este pasaje concuerda plenamente con la oración del Señor donde se refiere a “aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5). Estas palabras hablan de una relación perfecta, gozosa, exenta de conflictos. El pecado de las criaturas, y su consecuente dolor y preocupación, aún no entraban en aquel “cosmos” eterno.

Sus propias declaraciones

“Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). Jesús hace esta declaración explícita cuando es confrontado por los judíos, primero con palabras (10:24), luego con piedras en las manos (10:31), y después, el Señor escapa de ellos (10:39). Tal declaración afirmaba Su divinidad. Para la mentalidad religiosa judía, era una blasfemia, un acto de descaro con el cual el hombre agravia, maldice y denigra el honor de Dios: “Tú, siendo hombre te haces Dios” (33). Jesús, sereno, responde: “El Padre está en mí y yo en el Padre” (38). Él siempre hablaba con toda naturalidad respecto a su condición divina: “El que me recibe a mí, recibe al que me envió” (Juan 13:20); “El que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Juan 14:9). También en este punto conviene tener presente los siete “Yo soy” del evangelio de Juan:

  • Yo soy el pan de vida (6:48).
  • Yo soy la luz del mundo (8:12).
  • Yo soy la puerta de las ovejas (10:7).
  • Yo soy el buen pastor (10:11).
  • Yo soy la resurrección y la vida (11:25).
  • Yo soy el camino, y la verdad y la vida (14:6).
  •  Yo soy la vid verdadera (15:1)

La sola expresión Yo Soy, nos recuerda la experiencia de Moisés frente a la zarza ardiente. Allí Dios le habló diciendo: “Yo Soy el que Soy”. El Señor Jesús utilizó esa expresión siete veces, asociando su persona al mismo Dios de Abraham, Isaac y Jacob – el Dios eterno, Creador de todas las cosas. Si alguien pudo afirmar y a la vez comprobar que era o poseía esas siete características, entonces no cabe duda que Jesucristo es verdaderamente Dios. El evangelio de Juan tiene como énfasis especial la divinidad de nuestro Señor Jesucristo.

El Hijo de Dios, el Hijo del Hombre

Dios mismo ‘interrumpe el silencio celestial’ para anunciar a su Hijo amado en quien tiene contentamiento, o complacencia. El Padre escogió dos momentos especiales para hacerlo: el día del bautismo de Jesús (Mat. 3:17), y en el monte de la transfiguración (Mat. 17:5).

“Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy” (Heb. 1:5; Sal. 2:7). Engendrado, no creado, es uno de los fundamentos de la fe acerca de la naturaleza divina de Cristo. Ese “hoy” es un hoy eterno, el eterno presente del Dios trino. Jesús es el eterno Hijo de Dios antes de su encarnación. A eso se refiere Hebreos 1:5. En cambio, en Lucas 1:26-35, la declaración del ángel Gabriel, con respecto al hombre Jesús engendrado en el vientre de María por obra del Espíritu Santo, se refiere al Hijo de Dios hecho carne, introducido en el mundo, viniendo a participar de la naturaleza humana. Es en ese momento en que el Hijo de Dios viene a ser al mismo tiempo el Hijo del Hombre, nacido de mujer (Mat. 1:18-20).

Es notable que, en los evangelios, el Señor Jesús rara vez se refiere a sí mismo como Hijo de Dios (Juan 9:35; 10:36). Su expresión preferida aquí es “el Hijo del Hombre”. Esto denota su agrado en asociarse con el hombre; él no tiene vergüenza de hacerlo. Estando en la tierra, para los habitantes terrenales, considerando a Jesús como venido del cielo, él es visto y declarado como Hijo de Dios. “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, dijo Pedro, por revelación del Padre (Mat. 16:16). El Hijo del Hombre es el Hijo de Dios. Esto solo se cumple en Su gloriosa persona. Juan el Bautista da testimonio: “Este es el Hijo de Dios” (Juan 1:34); también Natanael, el verdadero israelita, declara: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel” (Juan 1:49). En la crucifixión, el centurión romano exclama lleno de miedo: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”. Así lo relata Marcos, uniendo “hombre” con “Hijo de Dios” (Mar. 15:39).

En la tentación del desierto, el diablo le desafía en su condición de Hijo de Dios: “Si eres Hijo de Dios…”, le dice. Y los demonios le reconocen: “¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego no me atormentes” (Luc. 8:28).

Sorprende lo bien informadas que están las huestes espirituales de maldad acerca de la doble naturaleza de nuestro Señor Jesucristo. Ellos saben que Jesús (nombre humano) es el Hijo de Dios – divino en esencia (Ver Lucas 4:41). Los demonios creen y tiemblan (Santiago 2:9).

Desde el punto de vista celestial, Jesús es continuamente declarado como el Hijo del Hombre: “El Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre…” (Mat. 16:27); “aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo … verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo”, ambas expresiones en un solo versículo (Mat. 24:30). Solo en el capítulo 24 de Mateo se usa seis veces la expresión “Hijo del Hombre” para referirse a Jesús regresando desde los cielos. Es la expresión favorita del Señor Jesús (Mt. 8:20; 9:6; 10:23; 11:19; 12:8; 16:13; 16:27; 19:28; 25:31; 26:24, etc.).

El testimonio de los apóstoles

Los apóstoles fueron testigos directos del Hombre Jesús y de Jesús el Hijo de Dios. Ellos vieron, oyeron, palparon y contemplaron al Verbo que fue hecho carne (Juan 1:14; 1 Juan 1:3; 2 Pedro 1:16-18). Vieron a Jesús Hombre haciendo milagros que sólo Dios podía haber hecho: cambiar el agua en vino, multiplicar panes y peces, sanar enfermedades incurables, resucitar muertos, expulsar demonios, calmar tempestades con autoridad divina… ¡y todo en un instante! Le oyeron las enseñanzas más sabias, los misterios más profundos, con una sencillez que asombraba a los entendidos y que al mismo tiempo resultaban comprensibles al más simple de los hombres. Habló con voz de hombre – ellos no oyeron un trueno celestial. Palparon sus manos y costado herido después de la resurrección, vieron al hombre Jesús resucitado, y le contemplaron ascendiendo a los cielos.

Luego, bajo la inspiración del Espíritu Santo, hablaron con denuedo, con autoridad celestial, de “Jesús nazareno, varón aprobado por Dios” (Hech. 2:22). Nada más humano y terrenal que esta expresión. Luego, este mismo Jesús, pasando por la muerte y levantándose, es exaltado a la diestra de Dios y envía el Espíritu Santo a quienes le esperaban. Hay un Hombre sentado a la diestra de Dios. Pablo dirá que Jesús hombre es, al mismo tiempo, la imagen del Dios invisible (Col. 1:15), cabeza de una nueva creación. Filipenses 2 describe magistralmente su forma de Dios y su condición de Hombre. En Apocalipsis, Juan cae como muerto al ver con sus propios ojos y oír la voz como estruendo de muchas aguas –“Como voz del Omnipotente (Ez. 1:24)– del Hijo del Hombre, con su rostro resplandeciente como el sol y sus ojos como llama de fuego. Apocalipsis termina de descorrer el velo, mostrándonos a Jesús coronado de gloria, en medio del trono. Sigue siendo Jesús el Hombre, y a la vez divino en esencia, recibiendo la adoración de todo lo creado (Apoc. 5:6, 13). La revelación se cierra con el trono de Dios y del Cordero (Jesús) presidiendo la nueva Jerusalén.

¡He aquí, nuestro bendito Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre!

III. Preguntas

  1. Mencione tres versículos que se refieran a la condición de divina de Jesús antes de la encarnación.
  2. ¿Cuál era la expresión favorita del Señor Jesús para referirse a sí mismo?
  3. ¿Por qué razón los judíos amenazaron apedrear al Señor Jesús en Juan capítulo 10?
  4. Cite un pasaje del Nuevo Testamento donde el apóstol Pedro se refiera a la humanidad de Jesús y al mismo tiempo a su divinidad.
  5. Cite un pasaje donde Pablo se refiera a la divinidad y también humanidad de Cristo.

IV. Referencias Bibliográficas

  • La Biblia.
  • G. Campbell Morgan: “Las crisis de Cristo”, Tomo 2.
  • “Creemos y confesamos”, Confesión de fe de los Países Bajos (Asociación Cultural de Estudios de la Literatura Reformada).
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