La Trinidad – Estudio 4.2 – La obra del Espíritu Santo en el ministerio de Jesús

El Espíritu de Jesús glorificado

“…pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado” (Juan 7:39).

Un detalle técnico. El texto original no usa la expresión “no había venido”, o “no había sido dado”, sino que, hasta ese momento, “el Espíritu no era, porque Jesús no había sido aún glorificado”. Hay algo maravilloso aquí. Nosotros sabemos que el Espíritu de Dios es eterno; es una persona divina, increada. Siendo Dios, él siempre es. ¿Qué quiere decir Juan con eso? La explicación es que el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo, es un único Espíritu con diferentes nombres. Sin embargo, hasta la encarnación de Jesús, ese Espíritu no había pasado por la experiencia humana.

El Espíritu aún “no era”, en el sentido del Espíritu de Jesús glorificado. ¿Cómo él podía ser el Espíritu de Jesús glorificado, si Jesús aún no había sido glorificado? Entonces, el Espíritu Santo pasó por la experiencia humana en la vida de Jesús. El Espíritu de Dios no conocía la humanidad; mas, él pasó por la experiencia de humanidad en Jesús. Eso es maravilloso.

Hay un solo Espíritu, pero el Espíritu que nosotros recibimos hoy no es solo el Espíritu de Dios, sino el Espíritu de Jesús glorificado, aquel que pasó por toda una experiencia humana, habilitando al Señor Jesús en todos los aspectos de esta vida.

La habilitación del Espíritu Santo

Entonces, ahora, cuando nosotros oramos en el Espíritu, él conoce todo sobre la oración, porque fue él quien inspiró a Jesús a orar. El Espíritu Santo conoce todo sobre el sufrimiento, porque fue él quien sostuvo al Señor Jesús en sus sufrimientos.

No hay nada en la naturaleza humana que el Espíritu Santo no conozca, porque él es el Espíritu de Jesús glorificado. Entonces, Jesús recibió del Padre la promesa del Espíritu (Hechos 2:33), el mismo Espíritu que lo habilitó para vivir una vida humana perfecta, santa, obediente. Todo eso dependió de la acción del Espíritu Santo. Y ahora el Señor Jesús completa su obra, siendo exaltado a la diestra de Dios, y recibe la promesa. No es para él mismo; él ya fue capacitado, conducido y sostenido por el Espíritu Santo. Ahora, él recibe la promesa para derramarla.

Veamos el Salmo 133. “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! Es como el buen óleo sobre la cabeza”. ¿Cuándo fue derramado el óleo sobre la cabeza? Cuando el Señor Jesús fue exaltado a la diestra de Dios. Allí se cumplió el Salmo 133. Aarón es figura de Cristo, es el sumo sacerdote de la tipología, pero ahora el verdadero Sumo Sacerdote traspasó los cielos y alcanzó el trono de Dios. Coronado de gloria y de honra, él recibe la promesa del Espíritu, el óleo sobre aquel que es la Cabeza, y él lo derrama sobre todo su cuerpo. “Es como el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras”.

Pablo, en 1 Corintios 12 dice: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo”. Ese es el Espíritu de su Hijo, el Espíritu de la Cabeza exaltada, de aquel Siervo que sufrió, del Rey obediente, ese es el Espíritu que hemos recibido.

El Espíritu Santo en la concepción de Jesús

En Lucas 1:35, el ángel Gabriel dijo a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios”. Algo ocurriría con ella, si ella se disponía. Y María dijo: “He aquí la sierva del Señor”.

Aquella joven pagó el precio de la vergüenza, porque ella iba a concebir, pero aún no era casada. El Espíritu Santo encontró en ella un vaso dispuesto a pagar el precio del vituperio, para que el Verbo de Dios fuese engendrado. Aquí vemos el principio de la cruz como un principio eterno en Dios, manifestándose en el nacimiento de Jesús. María conoció el camino de la cruz, soportando aquel oprobio, para que el Verbo de Dios fuese engendrado en ella.

La ofrenda de la oblación

En el libro de Levítico, tenemos la ofrenda de oblación, una mezcla de flor de harina y aceite. Así Jesús fue concebido. Flor de harina – todos los granos del mismo tamaño. La flor de harina significa que la naturaleza humana de Jesús era perfectamente equilibrada. Él no era más manso que humilde, no tenía más paz que alegría, no era más bondadoso que fiel. Todos esos granos en la vida de Jesús eran de un mismo tamaño – una flor de harina, un carácter equilibrado, perfecto.

La flor de harina era mezclada con aceite. Eso significa que la persona humana de Jesús fue concebida por el Espíritu Santo. “Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo”. El Espíritu Santo preparó un cuerpo en el vientre de la virgen.

En el capítulo 3 de Lucas, en el bautismo de Jesús, vemos de nuevo la ofrenda de oblación. Primero, el cuerpo de Jesús fue preparado por el Espíritu Santo. Es harina mezclada con aceite, un cuerpo santo, en el cual no existe pecado. Ahora, él vive treinta años, y luego algo acontece. Cuando aquella ofrenda era ofrecida, además de ser una torta de harina y aceite, recibía un aceite sobre ella. Y fue eso lo que ocurrió en el río Jordán.

Jesús es el manjar u ofrenda perfecta delante de Dios, concebido por el Espíritu Santo. Al entrar en el Jordán, ahora el aceite es derramado sobre él. El Espíritu Santo descendió sobre él en forma de paloma. Los cielos se abrieron y se oyó una voz diciendo: “Tú eres mi Hijo amado, en ti tengo complacencia”.

Jesús en la tentación, asistido por el Espíritu Santo

En Lucas 4:1, “Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto”. El Espíritu Santo es mencionado dos veces. Él nunca se apartó de la vida de Jesús. Después de ungirlo en el Jordán, él condujo al Señor Jesús al desierto.

El Espíritu Santo llevó al Señor Jesús al desierto, porque ahora, en Jesús, Dios tenía un nuevo principio. Adán, el primer hombre, cayó. El segundo hombre se presenta, y el diablo se le acerca, así como se acercó al primero. En 1 Corintios 15, Pablo dice que, a los ojos de Dios, solo hay dos hombres: el primero y el segundo hombre; uno terrenal y el otro celestial.

El diablo se aproxima al segundo hombre para probarlo, para saber lo que hay en su corazón. Hay tres textos que nos hablan de cómo el Espíritu Santo habilitó a Jesús en tres grandes asuntos. Y vamos a tomar eso para nosotros. El Espíritu Santo nos capacitará en estos mismos asuntos.

Primera tentación – “¿Dios es bueno?”

En el desierto, Jesús tuvo hambre; había ayunado cuarenta días. Él no era un súper hombre, sino un hombre frágil, que se cansaba, que tenía sed. Él tuvo hambre. Y el enemigo vino diciéndole algo muy simple: “Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan”.

“Si eres…”. Es la primera gran cuestión. El cielo ya se había abierto en el Jordán, y aquella voz del cielo dijo: “Tú eres mi Hijo…”. Ahora el diablo dice: “Si eres…”. Este es el trabajo del engañador, intentando quitar aquella base de la vida humana de Jesús como Hijo de Dios. Entonces agregó: “Di a esta piedra que se convierta en pan”. En otras palabras: “Satisface tus deseos. Tú tienes hambre; si eres el Hijo de Dios, transforma esta piedra en pan”.

Aquí hay involucrada una pregunta: “¿Dios es bueno? ¿Él me suplirá?”. Esa es la tentación que nuestro Señor enfrentó. Santiago nos dice que la tentación no es pecado, pero ella abre la puerta al pecado. Cuando somos tentados, nosotros podemos pecar o podemos obedecer. Nuestro Señor Jesús fue tentado, y no pecó.

¿En qué sentido él fue tentado? Él tenía hambre, y había una pregunta en su corazón. ¿Era lícito transformar aquella piedra en pan? Él era el Mesías, el Hijo de Dios, y tenía poder para hacerlo. ¿Esperaría él en la provisión de Dios hasta el final, o se proveería a sí mismo?

Veamos una ilustración sobre este asunto. En Isaías 50:10-11 hay una tremenda lección para nuestra vida espiritual. Es uno de los llamados Cánticos del Siervo, que se refiere al Señor Jesús: “¿Quién hay entre vosotros que teme a Jehová, y oye la voz de su siervo? El que anda en tinieblas y carece de luz, confíe en el nombre de Jehová, y apóyese en su Dios. He aquí que todos vosotros encendéis fuego, y os rodeáis de teas; andad a la luz de vuestro fuego, y de las teas que encendisteis. De mi mano os vendrá esto; en dolor seréis sepultados”.

El principio envuelto en el versículo 11 es muy claro. El justo vivirá por fe. De fe en fe. Si nuestra vida de fe no se desarrolla, entonces nos ocupamos en hacer provisión para nosotros mismos. ¿Y cuál es el resultado? Encendemos antorchas en vez de confiar en el Señor.

Como siervo, Jesús anduvo en tinieblas, sin ninguna luz, y aun así confió y se afirmó en su Dios. Esa es la lección positiva. Ese es el Espíritu del Señor Jesús y así anduvo él. Pero el versículo 11 es lo contrario. Entonces, cuando andamos en tinieblas, cuando todo a nuestro alrededor es adverso, cuando nuestros sentidos no están confortables, cuando nuestra alma está en sequedad, ¿qué hacemos? ¿Procuramos satisfacernos a nosotros mismos, vamos a Egipto, buscamos los recursos del mundo, o permanecemos en la confianza de nuestro Señor?

Confiar en el Señor implica esperar en él y oírle a él, implica confesar nuestros pecados y arrepentirnos. Pero si no confiamos así en el Señor, sino que hacemos provisión para nosotros mismos, el resultado es el final del versículo 11, “en dolor seréis sepultados”. La primera tentación del Señor tiene que ver con esa provisión. El Espíritu Santo sostuvo Su vida, para que él no buscase satisfacción por sí mismo.

Hermanos, ¿cuáles han sido nuestras fuentes de sustento? Dios es un Dios bienhechor, generoso; él nos bendice abundantemente. El problema no es la bendición de Dios; el problema está en nosotros. Nosotros nos aferramos las bendiciones de Dios para extraer vida de ellas. Entonces, el trabajo del Espíritu Santo es cortar esas fuentes de sustento.

Segunda tentación – “¿Dios es suficiente?”

Veamos ahora la segunda tentación. Versículo 5. “Y le llevó el diablo a un alto monte, y le mostró en un momento todos los reinos de la tierra. Y le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos…”. Aquí hay otra pregunta relacionada al Señor Jesús: “¿Dios es suficiente?”. ¿El amor de Dios le era suficiente, o él iba a echar mano de aquella autoridad por sí mismo?

Apocalipsis 11:15 dice: “Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo”. Ese es el propósito de Dios; todas las cosas han de converger en Cristo. Pero Satanás hace esta propuesta: “Yo te daré todos los reinos del mundo”. El tentador puede decir eso, porque tiene derecho legal. Aquella no era una oferta ilusoria. Satanás ganó aquel derecho moral cuando engañó al hombre en Edén. Ahora él es el príncipe de este mundo y toma aquello que ganó por derecho moral, y lo presenta a Jesús.

¿Usaría el Señor de esa autoridad? El Padre le daría todo eso a él, pero por un camino – el camino de la cruz. El propósito de Satanás era que el Señor tomase todo eso, sin cruz. Era una propuesta tremenda, pero no hay gloria, gobierno ni autoridad, sin cruz, y el Señor Jesús lo rechazó.

Tercera tentación – “¿Dios es fiel?”

Luego, Satanás lleva a Jesús al pináculo del templo, y le hace otra propuesta, usando las Escrituras. “A sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden”. La pregunta aquí es: “¿Dios es fiel?”. “Si te lanzas desde aquí, ¿él te guardará?”. Pero Jesús no puso a Dios a prueba. Él dijo: “No tentarás al Señor tu Dios”. Él sabía que el amor del Padre era un amor fiel, y él no necesitaba probarlo de esta manera.

Concluida aquella experiencia en el desierto, “Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea” (v. 14). Él llega a Nazaret, entra en la sinagoga, abre el libro de la Ley, y lee Isaías 61: “El Espíritu del Señor está sobre mí”. ¿Hemos visto el Espíritu del Señor todas esas veces? Él engendró un cuerpo para Jesús, él ungió al Señor Jesús, lo llevó al desierto, lo sostuvo en las tentaciones y lo trajo de vuelta del desierto.

El Espíritu Santo en los milagros de Jesús

Jesús nunca apeló a su condición divina para operar portentos, pues se vació de aquella gloria para venir a la tierra. Él no fue un “súper-hombre”. Más bien, él vivió dependiente del Espíritu Santo siempre. No tenemos mucho más a comentar respecto a este punto, tan solo contemplar cómo él realizó obras maravillosas que manifestaron el dedo de Dios, por la operación del Espíritu a través de su vida.

El Espíritu Santo en la obra de la cruz

“…Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios…” (Heb. 9:14). Concluyendo, este versículo confirma que Jesús soportó la cruz por causa de la habilitación del Espíritu Santo. Jesús era hombre, una naturaleza tan frágil. Lucas capítulo 22 dice que, cuando él sufría en el Getsemaní, un ángel del cielo vino a confortarlo. Los ángeles son espíritus ministradores enviados para servir. No era solo hablarle palabras buenas, sino ofreciéndole un soporte.

Aquel ángel del cielo fue enviado de parte de Dios el Padre para socorrer a Jesús, porque nuestro Señor, como hombre, pudo haber muerto en Getsemaní. Lucas dice que su agonía era tal que él tuvo como una convulsión, y su sudor era como gotas de sangre. Eso no es solo un sufrimiento, sino una agonía. El Señor necesitaba aquel soporte, porque él tenía que ir a la cruz, y él fue hasta allí, sostenido por el Espíritu eterno. Esa es la capacitación del Espíritu Santo.

Los versículos 7 y 8 de Hebreos 5 se refieren al Getsemaní. “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente” (v. 7). Esta no es una oración cualquiera. En Getsemaní Jesús oró con gran clamor y lágrimas. Y él fue oído, y no solo oído, sino oído por aquel que le podía librar de la muerte. La oración de Jesús fue oída, y allí él fue librado de la muerte.

Esa es la enseñanza aquí. Él podría haber muerto en el Getsemaní, en aquella agonía inmensa, pero fue oído a causa de su piedad, y recibió del Padre un soporte tal, que a partir de allí él fue abofeteado, escupido, escarnecido y finalmente crucificado, sin abrir su boca.

El Señor Jesús recibió esa habilitación del Espíritu Santo. Ese es el Espíritu que nosotros recibimos hoy, el mismo Espíritu que está en nosotros, aquel que sabe todo sobre el sufrimiento, que conoce todo sobre el extremo de la agonía. Hoy, el Señor Jesús está sentado en el trono, viviendo siempre para interceder. Él intercede en el trono, y el Espíritu Santo intercede en nosotros con gemidos indecibles.

¡Oh, hermanos, cómo necesitamos conocer la persona del Espíritu Santo y el ministerio del Espíritu Santo! Porque el Espíritu Santo es digno de adoración. Él es Dios, él es el Espíritu de Jesús. Él vino a hacer morada en nosotros. Como dijimos antes, Dios obtendrá toda su cosecha, porque el Espíritu Santo fue enviado como el ejecutor de Dios.
Necesitamos conocer al Espíritu Santo, para que podamos andar en el Espíritu, servir en el Espíritu, reconocer Su voz, obedecerle y permitir que todo su ministerio sea plenamente realizado en nosotros.

Bibliografía

  • Pablo, o Espírito e o Povo de Deus (Gordon Fee).
  • El Espíritu de Cristo (G.C. Morgan – Artículo).
  • El ministerio del Espíritu Santo (Romeu Bornelli).
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