El día de las pequeñeces

“¿Quién ha quedado entre vosotros que haya visto esta casa en su gloria primera, y cómo la veis ahora?”. Esta es la pregunta del Señor, a través de Hageo, a un pueblo desalentado de la obra de restauración. Es inevitable trasladar esta pregunta a nuestros días, y sentirnos tan distantes de aquel fluir de vida y poder en la iglesia primitiva. Sin embargo, Dios levanta una voz de consuelo para nuestros corazones, por medio de la promesa de su visitación a aquellos que permanecen fieles en el día de las pequeñas cosas.
Hageo 2:3; Hechos 1:14, 2:1; Hageo 2:4; Esdras 1:1,3; 3:2,3,10,12;4:2,4-6,24;5:1; Hageo 2:5-9; Zacarías 4:6,9-10, 1 Pedro 1:8

“¿Quién ha quedado entre vosotros que haya visto esta casa en su gloria primera, y cómo la veis ahora? ¿No es ella como nada delante de vuestros ojos?” (Hag. 2:3). La pregunta resuena en nuestros corazones con cierto dolor.

No ignoramos las diferencias entre la iglesia de los Hechos y nuestros días. Ellos perseveraban unánimes y en oración mientras esperaban la promesa del Espíritu Santo. Nosotros tenemos dificultad en apropiarnos de la realidad espiritual de aquellas marcas iniciales en los discípulos.

Es fácil caer en una nostalgia irremediable, a menos que Dios mismo levante una voz de aliento y consuelo en nuestra generación. Tras la pregunta del profeta, Dios dirá: “Zorobabel, esfuérzate; esfuérzate también Josué … y cobrad ánimo, pueblo todo de la tierra … porque yo estoy con vosotros” (Hageo 2:4).

Jesús ha prometido permanecer con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo, y su presencia es el mayor consuelo para el débil día presente.

Nuestros padres espirituales oyeron la voz del Señor que los despertaba para salir de Babilonia –el cautiverio religioso– y subir a Jerusalén para restaurar el testimonio de Dios. Al igual que el remanente judío, ellos se han hecho necios para el mundo, comprometidos en edificar la casa de Dios.

En el relato del libro de Esdras, es maravilloso ver que la primera obra restauradora es la edificación del altar (Esd. 3:2-3). Esto nos habla del aspecto objetivo de la centralidad de la persona y la obra de Cristo. Todo avivamiento en la historia de la iglesia ha sido iniciado por un redescubrimiento del Evangelio de Dios acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo.

Necesitamos una visión renovada del Evangelio. Somos justificados de un modo asombroso, santificados por la muerte y resurrección de Jesús y glorificados por la vida nueva en el Espíritu, el cual también nos da testimonio de nuestra eterna filiación. Entonces, somos llamados a presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo delante del altar. Este es el aspecto subjetivo, que se traduce en una vida de consagración.

Cuando el altar está sobre su base, no habrá temor de los enemigos. De inmediato, viene un segundo movimiento restaurador. Una vez reedificado el altar, los albañiles comienzan a echar los cimientos del santuario (Esd. 3:10). Se oyen voces de llanto y alegría. La casa de Dios ha comenzado a ser restaurada y el testimonio de Dios será recuperado en Jerusalén. Sin duda, es algo de gran valor a los ojos de Dios.

Pero, siempre que ocurre algo de valor espiritual, se levantarán los enemigos de Dios y su testimonio, como vemos en Esdras capítulo 4. Surge una constante opresión espiritual, semejante a la que vemos en nuestro tiempo sobre los santos que se comprometen con la obra de restauración.

En el caso histórico, tristemente, las amenazas espirituales les forzaron a cesar la obra de la casa de Dios (Esd. 4:24). ¡Pero, gracias a Dios por el ministerio profético de Hageo y Zacarías! Sus palabras son nuestro estímulo y dirección en los días actuales. Cuando la obra parece a punto de detenerse, la voz de aliento celestial resuena en nuestros oídos para retomar la obra.

Hageo enfatiza la presencia del Espíritu de vida y el motor de la edificación con la esperanza de la venida del Deseado de todas las naciones (Hag. 2:5-9), quien llenará de gloria la casa que está siendo restaurada. Por su parte, Zacarías revela la dinámica restauradora: “No con ejército, ni con fuerza (según parecen estar luchando algunos ante el evidente deterioro espiritual), sino con mi Espíritu” (Zac. 4:6). Además, consolará a los mayores y a los que traen el gobierno de Dios sobre su casa. Dios vio la plomada en manos del Zorobabel y se alegró.

El Señor nos llama a no despreciar el día de las cosas pequeñas (Zac. 4:10). Es tiempo de buscar la voluntad de Dios, discerniendo el tiempo de Dios, en espera del gran avivamiento final sobre la iglesia. No nos dejemos sorprender por cosas espectaculares, cuando aún es día de echar los cimientos. Sigamos adelante con firme confianza, pues Dios se alegra con aquellos que tienen en su mano la plomada de estar alineados con su voluntad presente y, por su presencia comprometida en el poder de su Espíritu, conseguirá restaurar el testimonio a pesar de la oposición espiritual. ¡Aleluya!

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