Al considerar al Espíritu Santo, conviene hacer una breve distinción entre su ministerio terrenal y su ministerio anterior, marcando el lado terreno a partir de su derramamiento el día de Pentecostés hasta la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo.
De la misma forma en que Jesús vino al mundo para cumplir su ministerio en la tierra, y una vez concluida su tarea regresó al Padre, así también el Espíritu Santo vino al mundo para cumplir una tarea definida y luego regresar nuevamente al cielo.
“A partir del día de Pentecostés, el Espíritu Santo ocupa una posición enteramente nueva. Toda la administración de los asuntos de la iglesia de Cristo, desde aquel día, fue delegada a él. Aquel fue el día de la institución del Espíritu como administrador de la iglesia en todos sus aspectos, oficio que él ejercerá soberanamente, de acuerdo a las necesidades que vayan surgiendo. Investido de esa autoridad es que la presente dispensación recibe el nombre – la dispensación del Espíritu Santo. A partir de entonces, las Escrituras nos ordenan mirar hacia un solo gran evento por cumplirse: la segunda venida del Señor. Hasta entonces, vivimos en la era de Pentecostés y bajo el gobierno del Espíritu Santo”.
(James Elder Cumming, citado en “El ministerio del Espíritu” (A.J. Gordon).
El Espíritu Santo en las Escrituras
Hemos dicho hasta aquí que en Dios co-existen tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Sin confundir las personas, tampoco podemos dividir ‘la sustancia divina única’. En la obra de cada uno de ellos están siempre involucradas las tres personas.
En todo el Antiguo Testamento, el Espíritu está presente por medio de sus operaciones. Por tanto, no es extraño encontrar diversos versículos que apuntan a su presencia y acción. He aquí algunos ejemplos:
- “…el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Gén. 1:2).
- “…y el Espíritu me alzó entre el cielo y la tierra…” (Ez. 8:3).
- “…el Espíritu de Jehová vino sobre él (Saúl)…y profetizó” (1 Sam. 10:10);
- “…el Espíritu de Jehová comenzó a manifestarse en él (Sansón)…” (Jue. 13:25).
- “…desde aquel día el Espíritu de Jehová vino sobre David…” (1 Sam. 16:13).
- “…y vino sobre mí el Espíritu de Jehová, y me dijo…” (Ez. 11:5).
Las expresiones usadas son Espíritu, Espíritu de Dios y Espíritu de Jehová. La expresión Espíritu Santo corresponde exclusivamente al Nuevo Testamento. También, en el Antiguo Testamento, el Espíritu fue prometido, tanto para habitar en el Mesías (Is. 11:2; 61:1-2), como para morar colectivamente sobre los creyentes, el nuevo pueblo de Dios, la iglesia, y para actuar sobre toda carne (“convencerá al mundo…”, Juan 16:8). De ahí nuestra posibilidad de ser persuadidos para salvación (Joel 2:28). También es mencionado en relación al nuevo pacto profetizado por Ezequiel 36:26-27: “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos…”.
El último y gran profeta de la antigua dispensación, Juan el Bautista, fue un hombre lleno del Espíritu Santo y habló en el ‘tono’ del Antiguo Pacto: “Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías” (Juan 1:23).
Este Juan apuntó a Jesús y dijo: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, y también declaró: “Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios”. Dijo esto en obediencia, pues se le había dicho: “Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo”. Mateo 3:11, Marcos 1:8 y Lucas 3:16 registran esta importante declaración con distinta intensidad.
Aquí se establece un principio: primero debía el Hijo de Dios cumplir su obra, y solo entonces, a través de Cristo, el Espíritu Santo podría ser recibido por los hombres.
Profecías del propio Jesús en relación a la venida del Espíritu Santo.
- Marcos 13:11.
- Lucas 12:12; 24:48.
- Juan 14:16, 17, 26; 15: 26; 16:7-8.
- Hechos 1:8
El día de Pentecostés, el despliegue de la gracia
El viento recio, las lenguas de fuego, el estruendo, la multitud confusa oyéndoles hablar en su propia lengua, el discurso de Pedro, la conversión y bautismo de los tres mil, fueron parte de un acontecimiento en extremo relevante dentro del propósito de Dios para con los hombres, un día muy especial, que no podía pasar inadvertido en la tierra.
El Espíritu derramado, la profecía de Joel cumplida, indicaba ‘otro hecho’ acontecido en los cielos (33), y Pentecostés, con toda su multiforme expresión, no fue sino el eco de aquello – la presencia del Espíritu entre los hombres confirmando que Jesucristo había sido recibido arriba en gloria. Su presencia en el trono en los cielos repercutió estruendosamente en la tierra. De ahí en adelante, el Espíritu Santo asume un protagonismo nunca antes visto entre los hombres.
Los apóstoles comienzan a predicar con denuedo, con valentía, con una intrepidez impensada y con resultados inmediatos. Los oyentes se convierten, se bautizan y reciben también el Espíritu Santo. Hay milagros como la sanidad del cojo de la puerta “la Hermosa”, que provoca otra conversión masiva (Hech. 4:4). Los apóstoles son llevados ante las autoridades religiosas, las cuales se maravillan por lo que oyen y ven (4:13). Las oraciones de los santos fueron respondidas con un nuevo estruendo, y hasta la casa tembló (4:31).
Si, en Hechos 2, 3 y 4, el Espíritu Santo es visto como “don”, como “poder”, o “autoridad”, en Hechos 5 es visto, claramente, como una Persona divina, a quien temerariamente se pretende engañar o mentir (Hech. 5:3-4). En Hechos 7:51, el Espíritu es resistido por los judíos y a Esteban, lleno del mismo Espíritu, se le concede la visión de la gloria de Dios: “He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está (en pie, versión portuguesa) a la diestra de Dios”.
En Hechos 8, el Espíritu habla a Felipe, lo usa para salvar a un etíope y luego ‘lo arrebata’, para que anuncie el evangelio en otros lugares. En Hechos 9, el mismo Espíritu llena a Saulo de Tarso (17) y ya hay iglesias en Judea, Galilea y Samaria, “y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo” (31).
Cornelio – la gracia llega a los gentiles
En Hechos 10:19, el Espíritu Santo ‘habla’ a Pedro y le da instrucciones precisas de lo que debe hacer. Luego, en casa de Cornelio el Espíritu ‘interrumpe’ a Pedro, y cae sobre los oyentes (44). Pedro y sus acompañantes no tienen más alternativa que obedecer al Espíritu, bautizando a los nuevos creyentes, a pesar de la reticencia racial y religiosa que aun perseguía a muchos cristianos en Jerusalén (11:15-18). Todos estos hechos no son sino un amplio despliegue de la gracia de Dios por medio del Espíritu Santo.
Antioquía
El protagonismo del Espíritu en Antioquía es relevante por sus consecuencias para el mundo gentil. La iglesia nace sin un líder humano que resalte. Bernabé discierne por el Espíritu que debe ir por Saulo a Tarso. Una decisión valiente y acertada, de la cual dan cuenta los frutos posteriores. En Hechos 13, el Espíritu responde y envía a sus siervos a extender el reino hacia occidente. Aquello que Jerusalén no pudo cumplir, Antioquía lo logró con creces. Aquí, el Espíritu encontró los instrumentos apropiados para llevar la gracia de Dios hasta lo último de la tierra (Hech. 1:8).
Pareció bien al Espíritu Santo
Una frase notable en Hechos 15:19: “Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios…”. El tema era si debía o no guardarse la ley en toda su extensión. “…ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros más carga que estas cosas necesarias…” (15:28). Las consecuencias de esta bendita carta han sido disfrutadas por los creyentes gentiles desde entonces hasta hoy (31). El Espíritu Santo defendió y confirmó la gracia de Dios por sobre la ley en la presente dispensación.
El Espíritu Santo en las epístolas
Podemos afirmar que ninguna de las cartas apostólicas podría haber sido escrita sin la debida inspiración del Espíritu. Pablo habla de “…justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rom. 14:17), de “abundar en el poder del Espíritu Santo” (Rom. 15:13), de que somos “templo del Espíritu” (1 Cor. 6:9). Habla también de “la comunión del Espíritu Santo” (2 Cor. 13:14), del “sello del Espíritu” (Ef. 1:13), de “no contristar al Espíritu Santo” (Ef. 4:30), de “la renovación en el Espíritu Santo” (Tit. 3:15). Pedro, a su vez, habla de “la inspiración del Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21). Juan enseña acerca del “testimonio del Espíritu” (1 Juan 5:7), y Judas, de “la oración en el Espíritu” (20).
En Apocalipsis
En el último libro, Juan “estaba en el Espíritu en el día del Señor” (1:10). El Espíritu habla a cada una de las siete iglesias. En 4:1-2, él mismo lleva a Juan al cielo y le muestra la adoración celestial. En el capítulo 5 aparecen en forma explícita el Padre y el Hijo – “el que está sentado en el trono y el Cordero”.
Cabe preguntar: ¿Dónde está el Espíritu Santo en esta escena tan maravillosa? No se le nombra, está como oculto; pero él está presente, inspirando todo: está en Juan, en todos los seres celestiales, en las oraciones, en las proclamaciones, en la adoración. Nada se podría hacer si no fuese por el poder y la gracia del Espíritu.
“Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto…” (Apoc. 21:10). “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven” (Apoc. 22:17). Al final del libro, ya no está el Espíritu amonestando a la iglesia como en los primeros capítulos o en las epístolas. Ahora, ambos tienen una voz unánime: ¡Ven Señor Jesús!
¡Tan amplia es la gracia de Dios por medio del Espíritu Santo!
Preguntas
- El día de Pentecostés anuncia otro hecho ocurrido en los cielos. ¿Cuál es?
- ¿Qué delicado asunto confirma el Espíritu Santo en Hechos 15?
- ¿Cuál es la importancia de Antioquía en relación a la extensión del evangelio?
- ¿Dónde está el Espíritu en Apocalipsis 5?
Bibliografía
- “El ministerio del Espíritu” (A.J. Gordon).
- “Las crisis de Cristo”. Tomo 2 (G. Campbell Morgan)
- Revista Aguas Vivas N° 74 (2014). “El protagonismo del Espíritu Santo”.
- Santa Biblia, Versión Reina-Valera 1960.