Avivamientos de la iglesia primitiva (Parte VI)

El desafío de los testigos de Cristo en el primer siglo era morir por el Señor. Nuestro desafío presente es vivir por el Señor. En la parábola del sembrador es posible identificar enemigos que persiguen a la iglesia hoy. El diablo, la superficialidad y las ansiedades son presentados con una clara luz de advertencia para que, como iglesia, reaccionemos a una relación viva con la palabra de Dios y seamos realmente los testigos de Cristo en esta generación.
Hechos 1:8, 2:32, 5:32; Mateo 13:3-9; Lucas 8:5-15; Hebreos 5:11,6:1; Hechos 11:19-26, 13:1-2.

En el libro de los Hechos, los testigos de Jesús tuvieron una experiencia vivencial con el Señor mismo. El rasgo distintivo de su testimonio fue el martirio. La iglesia primitiva tuvo tres grandes enemigos: el imperio romano, quien persiguió y mató a miles de creyentes; el trabajo de Satanás para desintegrar el ministerio cristiano, y las herejías acerca de la persona y la obra de Cristo. Éstos hicieron que la vida y poder decayeran en la iglesia, al punto de caer en la Edad Oscura.

Pero vino un nuevo avivamiento. Después de mil años de oscurantismo, aparece Lutero y la Reforma. Ahora los cristianos se sintieron libres para volver a la Palabra. Nuevamente, Satanás movió todas sus fuerzas para diluir el poder del Espíritu en la iglesia.

En nuestros días, como en el pasado, hay tres grandes armas que Satanás usa para destruir la iglesia, y si no lo percibimos, podemos transformarnos en un valle de huesos secos. Es posible identificar estos enemigos a través de la parábola del sembrador (Mat. 13: 3-9; Luc. 8:5-15).

En primer lugar, una amenaza satánica para impedirnos comprender y recibir la Palabra, figurada por la semilla que cayó junto al camino y fue hollada y comida por las aves. En segundo lugar, la superficialidad e inmadurez, que impiden que la Palabra permanezca, pues no existe profundidad espiritual, figurada por la semilla que cayó entre las piedras. La salida que Dios otorga a esta amenaza es una profunda contemplación al sacerdocio de Cristo, según el orden de Melquisedec (Heb. 5:11-6:1). Los creyentes hebreos no pudieron vivir la profundidad de esta palabra, por ser tardos para oír. Una iglesia infantil corre el riesgo de impedir las revelaciones y movimientos más profundos del cielo sobre la tierra. Y, en tercer lugar, la ansiedad y un afán desmedido por los bienes materiales. Nuestro mirar no puede ser el futuro, sino hacia la eternidad, hacia lo alto, lleno de esperanza.

Necesitamos urgentemente volver al Señor para una relación seria con su Palabra. Necesitamos oírla y que se torne vida, transformándonos al punto de ser verdaderos testigos del Señor.

Finalmente, podemos observar un contraste positivo en la iglesia de Antioquía (Hech. 11:19-26). La mano del Señor estaba con ellos: Una iglesia edificada por las propias manos de Dios. Un gran número creyó y se convirtió: un nuevo nacimiento a un reino elevado en Cristo Jesús. Bernabé reconoció la gracia de Dios en ella, y fue de corazón inclusivo, yendo a buscar a Saulo. Entonces, los discípulos fueron llamados cristianos, por primera vez. Las personas reconocieron que ellos eran el testimonio de Cristo.

No podemos dejar de mencionar el ministerio de los profetas y maestros en la iglesia local, como el grupo de ancianos en Hechos 13. Su principal función no era servir a la iglesia, sino ministrar al Señor. Donde el Espíritu Santo gobierna, nadie busca preeminencia. La mano del Señor estaba extendida, la gracia era abundante. Si no alcanzamos esto, el enemigo abrirá brechas en nuestras vidas. Las puertas del infierno no prevalecerán contra la iglesia; pero necesitamos orar para que el Señor remueva todo aquello que está dificultando su obra entre nosotros. Necesitamos que su rio fluya, para que no seamos tierra seca y árida.

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