Los avivamientos que vemos en la iglesia primitiva, en Jerusalén, Antioquía, Corinto y Éfeso, nos manifiestan lo que el Señor espera de su iglesia en estos últimos tiempos. No se trata de fijar la mirada en aquel pasado, sino más bien, tomar las marcas que hicieron posible estos avivamientos, para vivirlas hoy, esperando la visitación del Señor a su viña. Dios quiere que vivamos hoy con la esperanza puesta en la venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.
Hechos 1:1-5 nos señala cómo Jesús, estando ya resucitado, se presentó vivo a muchas personas y trabajando, en cada una de sus apariciones, el terreno en el cual se había de derramar la promesa del Padre, el Espíritu Santo.
La salvación tan grande, de la cual nos habla Hebreos 2:3, no solo se restringe al perdón de nuestros pecados y a vivir una vida sin fin, sino mucho más que eso. Dios mismo envió a su propio Hijo a morir, el cual nos rescató, nos perdonó, nos limpió, puso vida nueva en nuestros corazones. Él nos compró, y él quiere habitar en medio de su pueblo, para que alcancemos el propósito de nuestro llamamiento celestial.
No debemos conformarnos con migajas, con avivamientos temporales y superficiales, sino con un avivamiento real del Espíritu Santo, alcanzando todo aquello que Dios quiere revelarnos, para conducir a muchos hijos a ser conformados a la imagen de su Hijo eterno.
La primera aparición fue a María Magdalena (Jn. 20:11-18), la cual manifestó un hambre intensa por la persona de Cristo. Ella fue al sepulcro a estar con Jesús, pensando que aun estando cerca de Su cuerpo podría calmar su angustia. Sin embargo, lo grandioso fue que Jesús se le apareció en persona, y le encomendó uno de los mensajes más preciosos de la Escritura.
La segunda aparición fue a algunas mujeres, que corrieron a contarles a los discípulos (Mat. 28:8-10). En ellas vemos adoración con temor, reverencia y gran gozo, que es otra de las marcas necesarias para estar preparados para aquel avivamiento.
La tercera aparición fue a los discípulos que iban camino a Emaús (Luc. 24:13-35). Ellos no le reconocieron cuando se les acercó, pero estaban tristes, al ver que toda su esperanza de la redención de Israel había desaparecido junto con Aquel que vieron crucificado. Pero Jesús mismo toma la iniciativa, él viene a sus discípulos y les abre las Escrituras, revelando que era necesario que el Cristo padeciera. Al partir el pan y darles a ellos, le reconocieron. Esta es la escena maravillosa que tenemos en la mesa del Señor: él mismo se da a conocer al partir el pan; siendo ésta una reunión fundamental en la vida de la iglesia, que nos revela a Cristo mismo, su gracia y su amor, su persona y obra.