Nuestro Rey Jesús está regresando y su iglesia le espera, pero ella no debe solo conformarse con una espera pasiva, sino que debe asistir y colaborar con la obra de Dios en estos últimos tiempos; para ello se requiere de una visitación especial del Espíritu Santo, como al principio. Veremos, a la luz de las Escrituras, cómo el Señor usó poderosamente a la iglesia en Jerusalén como un vaso para ser lleno de la vida y poder del Espíritu Santo, los dos pilares en este avivamiento.
El ministerio de Jesús previo a su muerte, aunque lleno de gloriosos milagros, señales, prodigios y palabras que traspasaban los corazones de aquellos que escuchaban, dejó en los discípulos -tras su muerte- incredulidad, temor e infidelidad. Por eso, el Señor, lleno de paciencia, como un Maestro, luego de su resurrección se queda con ellos durante cuarenta días previos a su ascensión, para enseñarles acerca del reino.
Todo ello produjo en los discípulos un ferviente anhelo y devoción por el Señor. Podemos ver a Pedro, quien hace poco había negado al Señor, levantarse luego, en Hechos 2, con los demás discípulos, unánimes, llenos de vida y poder del Espíritu proclamando el evangelio glorioso de Dios.
El Señor espera hoy una iglesia que esté dispuesta a pasar por la muerte para ser llena del Espíritu Santo, con aquellos dos fundamentos: la vida y el poder del Espíritu. Esto conducirá a una unanimidad donde la vida del Señor gobierna la asamblea en comunión, consagración, crecimiento y adoración, cuyo resultado trae consigo el poder. Nunca experimentaremos el poder sin la vida del Espíritu gobernando la iglesia.