Nuestro llamado es hacernos copartícipes del evangelio, con el fin de alcanzar a todos, con la buena noticia de una victoria ya consumada. El evangelio es el anuncio de aquello que Dios hizo por nosotros en su Hijo.
Por una parte, el pregón del evangelio nos asegura que nuestra corrupción y pecaminosidad son tan grandes, que nada de lo que hagamos podrá salvarnos. Pero, al mismo tiempo, nos muestra que somos más amados de lo que jamás nos atrevimos a esperar o imaginar.
El único que nos salva es Dios mismo por medio de su Hijo, quien murió por nosotros en la cruz. Y esta salvación se ofrece gratuitamente a todos los que ponen su fe y confianza en Jesucristo.
El ministerio de Pablo, armonizando el anuncio del evangelio y la edificación de la iglesia, nos da ejemplo hoy, de cómo ser realmente copartícipes de la obra divina en ambos aspectos, no por imposición o por fuerza, sino por amor del Señor.