Rut, figura de la Esposa Celestial – Capítulo 1: “Tiempos de apostasía”

La decadencia espiritual de Israel, en los días que gobernaban los jueces, indica el contexto dramático del relato en el libro de Rut. Las marcas de este periodo (junto a las decisiones de Elimelec) sirven como ejemplo, advertencia y amonestación para la presente generación cristiana, amenazada por la apostasía que antecede al regreso del Señor Jesucristo. Sin embargo, en medio de este escenario desalentador, surge la figura de Rut; una mujer decidida a seguir al Dios de Israel a cualquier costo. De manera que brilla una luz de esperanza en medio de las tinieblas, como figura de la Iglesia (la futura Esposa Celestial), quien se ocupará con su Señor mientras otros le abandonan.
Rut 1:1-6, 16-17, 1 Corintios 10:11, Jueces 2:7-10,12,13; 3:7; 21:25, Apocalipsis 2:4, 3:20, Jeremías 2:5-6,8

Rut 1:1 nos remonta a la condición espiritual de Israel en el tiempo de los jueces. Podemos observar un deterioro progresivo del pueblo apóstata: se levantó una generación sin visión espiritual (Jue. 2:10), que, en consecuencia, dejó al Señor y lo olvidó (Jue. 2:12, 13; 3:7), y finalmente cayó en aquel desenfreno donde “cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jue. 21:25)

La declaración más terrible que se registra en la lectura de estas citas, es que el pueblo de Dios había dejado a su Dios. ¿Acaso esto no es un paralelo de aquel reclamo que el propio Señor Jesucristo hace a su iglesia en la carta a Éfeso? “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor” (Apoc. 2:4). De la misma manera, este reproche debería hacer eco en nuestros corazones, pues corremos los mismos riesgos a los que se expuso Israel en el pasado. Es en este contexto en que somos introducidos al relato de las decisiones de Elimelec y su familia.

“Hubo hambre en la tierra”. Es una expresión trágica de necesidad, como consecuencia de haber dejado al Señor afuera. ¡La tierra prometida estaba sin recursos; Belén (la casa del pan) estaba sin pan! Dios lo había permitido, para que todos reconocieran que le habían dejado afuera. En este aspecto, somos trasladados a un escenario semejante en Apocalipsis 3:20: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz…”. ¡Cristo mismo había sido dejado fuera de su casa!

¡Perciba el corazón de Dios, cómo reacciona él cuando es dejado afuera!

Jeremías 2:5-8: “¿Qué maldad hallaron en mí…?”, exclama el Señor, con su corazón desgarrado de amor. Luego les amonesta: “Y no dijeron: ¿Dónde está Jehová?”. Este es uno de los males de la iglesia en nuestros días. Nuestras vidas individuales, nuestras familias o nuestro servicio, ¿son, de hecho, la respuesta de haber buscado la presencia del Señor? Dios está ocupado de otorgarle toda preeminencia a su Hijo. Él es el centro de los afectos del Padre, y la iglesia adquiere su sentido pleno en una relación adecuada con su Señor Jesucristo.

Jesús está a la puerta, y llama por si alguno oye su voz. Las manos que insisten en tocar la puerta de nuestros corazones, son manos que fueron heridas por amor. No olvidemos esto, acordémonos de Jesucristo y volvamos al primer amor.

La apostasía de Elimelec y su familia condujo a los varones de su casa a un destino fatal. Una vez que Noemí se ve sola con sus dos nueras, oye noticias de que el Señor visitó Belén. Sin embargo, la realidad de sus decisiones produjo una inconsecuencia en su testimonio y representatividad.

Noemí, en esta porción del relato (Rut 1:6-12), no fue capaz de ver la necesidad de Orfa y Rut, quienes pedían acompañarla hasta Belén, con esperanza. Cuatro veces, ella insistió en que sus nueras desistieran, y a la tercera ocasión, Orfa cedió.

El milagro de la conversión de Rut, y sus palabras de compromiso fiel, conmueven hoy el corazón de todo cristiano que –reconociendo haber dejado su primer amor– es movido a orar como lo hacía Rut: “No permitas que te deje, ni que me aparte de ti… donde quiera que fueres iré yo… tu Dios será mi Dios, y tu pueblo será mi pueblo”. Así comienza a arder el corazón de una mujer que será figura de la Esposa celestial, y cuya vida inspirará a la iglesia de nuestros días.

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