“Subid al monte…” (Hag. 1:8) es la apelación profética para un pueblo detenido en su compromiso de reedificar la casa de Dios. Es un llamado para habitar en los lugares celestiales, donde Cristo entró como nuestro Precursor.
Nuestro Sumo sacerdote traspasó los cielos con un propósito maravilloso: “Para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (Heb. 9:24); esto es, presentarse en este tiempo –la antesala del regreso del Señor Jesucristo– para sostener a la iglesia en medio de la gran oposición de las tinieblas. Estas palabras son el consuelo necesario para los edificadores desalentados. Cristo es la segura y firme ancla de nuestras almas y él edificará su Casa.
Dios ha querido comprometer su voluntad y su gloria sobre su Casa. Naturalmente, aquel lugar de compromiso divino se tornará en el objeto de consideración de toda la creación. Eso fue realidad en la vida de Jesús y es real para aquellos que están dispuestos a restaurar Su testimonio.
La voluntad de Dios es reunir todas las cosas en Cristo, y la gloria de la iglesia es ser el vaso escogido para completar este propósito. Podemos ver en la iglesia de Antioquía una vislumbre de un vaso corporativo que comprendió y se rindió a esta voluntad de Dios. Ahí se les llamó “cristianos” a los discípulos por primera vez; esto es, un vaso corporativo, ungido con la presencia del Señor, donde el testimonio de Dios encontró expresión.
La esperanza de que aquella gloria sea nuevamente encontrada en la iglesia está vigente para los que respondemos a la palabra profética en tiempos angustiosos. Levantemos pues, las manos caídas y las rodillas paralizadas, pues Dios mismo vendrá y nos salvará (Is. 35:3-4). “Decid a la hija de Sion: He aquí viene tu Salvador; he aquí su recompensa con él, y delante de él su obra” (Is. 62:11). ¡Sí, ven, Señor Jesús!