En Esdras se menciona a Hageo en conjunto con otro profeta, Zacarías, quienes profetizaron “a los judíos que estaban en Judá y en Jerusalén en el nombre del Dios de Israel quien estaba sobre ellos”. Dios estaba sobre ellos; en otras palabras, estos profetas estaban bajo la autoridad de Dios. No es posible servir a Dios sin tener nuestra voluntad rendida a él.
El apóstol Pablo, en sus cartas, se refería a sí mismo como “esclavo de Jesucristo” (Flp. 1:1; Ef. 3:1). El esclavo tiene a alguien sobre él. No se gobierna solo, no decide lo que va a hacer o decir. El esclavo espera ordenes de su señor. Pablo era esclavo de Jesucristo, su Señor. El profeta de Dios no habla por sí mismo, sino por mandato de Dios, quien ha puesto una carga en su corazón.
En Mateo 11:29-30 es el mismo Jesús quien nos ilustra de manera muy familiar lo que significa que él esté sobre nosotros. Él nos habla de un yugo, Su yugo, muy opuesto al yugo de esclavitud que antes nos hería y nos oprimía. El yugo de Jesús es suave; él, como excelente carpintero, sabe cómo tratar la madera y pulirla. Inclinemos nuestra cerviz, para que él nos una a su yugo y podamos agradar su corazón.
“¿Es para vosotros tiempo, para vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas, y esta casa está desierta?”. ¿Qué tiempo es para nosotros el que estamos viviendo? El Señor, de forma clara, dice que la consideración del tiempo entre él y nosotros es distinta. El hecho de no conocer Su tiempo nos habla de un desconocimiento de Dios. Si conociéramos a Dios, su carácter, su voluntad, su palabra, entonces conoceríamos de igual modo el tiempo de Dios.
¿Qué quiere Dios hacer hoy? ¿Cuál es la carga de su corazón? Daniel, Nehemías y Hageo, entre otros profetas, sintieron la carga de Dios en sus corazones, una carga profunda por reconocer el tiempo señalado por Dios para el cumplimiento de su voluntad en medio de su pueblo. Hoy también necesitamos de profetas de Dios que sientan la misma carga, que conozcan el carácter de su Dios y sepan cuándo es el tiempo de poner por obra la voluntad divina. Para ello, es vital conocer al Señor.
La cristiandad actual carece de una visión equilibrada de Dios. Se enfatizamos solo un aspecto del carácter de Dios, ignorando el resto. Esto genera una idea deforme de quién es Dios. El apóstol Juan en su primera carta nos da una definición de la esencia de Dios. Por un lado, Dios es luz, y luego, Dios es amor. Luz y amor. El Señor es santo, y aborrece el pecado. Eso es la luz. Pero, si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos. Ahí actúa el amor.
Que, en estos días, podamos responder a este llamado de Dios a través del profeta Hageo, y abandonemos nuestra comodidad, para emprender la obra de Dios, restaurando el testimonio de Dios, con una visión renovada de Dios y de Cristo.