Avivamientos de la iglesia primitiva (Parte I)

Si el libro de los Hechos nos muestra el inicio de la iglesia por medio de un gran avivamiento, tenemos que considerar que, al finalizar la consumación de esta dispensación, el Señor derramará un último y gran avivamiento sobre su pueblo, cuyo fin será reunir todas las cosas en Cristo, “en la dispensación del cumplimiento de los tiempos”.
Hechos 2:1-2; 3:21; Efesios 1:19; Hebreos 11:39-40, 12:1; Marcos 16:9-11; Juan 20:11-18; Salmos 24:7-10.

Todos los hombres que vivieron por la fe, en la lista de Hebreos 11, vencieron, pero no alcanzaron la plenitud de su esperanza. Cada generación, cuando leía estas palabras, tenía la expectativa que se cumpliera en su propio tiempo. Pero aquella expresión: “Nosotros” (Hebreos 11:40) apunta a una sola generación: aquélla que vivirá la inminencia del regreso del Señor Jesucristo.

La mejor manera de estudiar cómo Dios prepara el vaso para el derramamiento de su Espíritu Santo en estos postreros días, será comprendiendo el terreno que el Espíritu encontró en el primer Pentecostés. Enfocaremos particularmente nuestra atención, en este mensaje, en la primera aparición de Jesús resucitado, ante María Magdalena (Marcos 16:9-11; Juan 20:11-18).

La marca de estos pasajes está configurada por la angustia y la nostalgia que esta mujer tenía de la presencia del Señor. Del mismo modo, la iglesia necesita sentir “hambre” por la presencia del Señor, una angustia que la lleve a orar intensamente por él, por su regreso.

Después de la crucifixión, María Magdalena estaba desolada por su Maestro ausente. Ella anhelaba, al menos, estar cerca de su cuerpo. Sin embargo, Cristo exaltado a la diestra de Dios, en el tiempo presente, tiene mucho más por entregar de sí mismo a aquellos que le buscan intensamente.

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