El escenario actual del mundo tiende a la perdición, se encuentra en un estado caótico: rumores de guerras, decadencia moral. Cosas otrora condenadas, son ahora protegidas por leyes. Por otro lado, vemos a la iglesia envuelta en la comodidad y prosperidad, incapaz de percibir la realidad espiritual alrededor suyo, minimizando su llamado.
Como iglesia, nuestra mirada no debe estar puesta en los acontecimientos de este mundo. Él no mejorará. La guerra contra nosotros, contra nuestros hijos, es desigual. Si no somos visitados por el Señor de un modo especial, en estos días, la apostasía tendrá amplia cabida.
Nuestra atención debe ser cautivada por el retorno de Cristo. Si realmente estamos pensando en esto, deberíamos rogar por un avivamiento. Joel profetizó que, en los últimos días, Dios derramaría su Espíritu sobre toda carne. Con osadía, debemos asumir el protagonismo de esta gran experiencia. ¡Amén, quiera el Señor que seamos esa generación!
Para que Dios camine con nosotros, es necesario ser quebrantados, pues él no marcha junto a un pueblo de dura cerviz (Éx. 33:1-3). El quebrantamiento es fundamental. Uno de los trabajos más sutiles del enemigo es endurecer los corazones. Sin embargo, el Señor está cercano, en todo tiempo y lugar, a los quebrantados de corazón (Sal. 34:18). La dureza de corazón es resultado del pecado, de la comodidad y prosperidad, que apartan nuestra mirada de Cristo.
La gracia de Dios triunfa sobre el pecado. David lo experimentó, entendiendo que, para Dios, el verdadero sacrificio es un corazón quebrantado. No confundamos confesión de pecados con arrepentimiento. Sin quebrantamiento, la mera confesión de pecados se transforma en una rutina, de hecho, muy cómoda al enemigo. Dios no irá con aquellos que resistan su Espíritu (Hech. 7:51).
En la quinta visitación del Señor (Mar. 16:14-18; Luc. 24:36-45; Juan 20:19-23), vemos una gran comisión: “Id y predicad el evangelio”. La Palabra nos dice que las señales seguían a aquellos que él encomendó. La apostasía de la iglesia hoy es tal, que es ella quien va tras las señales, no al revés. La iglesia ha perdido esa autoridad, como resultado de la apostasía.
El llamado hoy es: “¡Id, id, id!”. ¿Cómo hacerlo? Es necesario ser llenos del Espíritu Santo; no hacerlo no es una opción, sino que se trata de una directa desobediencia a Dios, pues el ser llenos del Espíritu es un mandato.
Lucas nos dice que Cristo les abrió la mente a sus discípulos, para entender las Escrituras. Estos hombres, más que ningún otro, vieron milagros, los mayores milagros de su Señor. Sin embargo, allí estaban, encerrados, atemorizados. Tal como ellos, necesitamos hoy la visitación de nuestro Señor. Él vendrá a nuestro encuentro, como la llave que abre la Palabra y nos hace penetrar en las esferas más altas de la eternidad.
Finalmente, Juan registra que Jesús sopló sobre ellos con aliento de vida (Gén. 2:7). Si, como ellos, hemos perdido la valentía y estamos atemorizados, necesitamos del soplo de Cristo, el soplo que quebrante nuestras durezas, que rompa los grillos que nos aprisionan, y logremos experimentar un verdadero avivamiento. Que él nos quebrante y nos visite con un gran avivamiento.